La historia de El club de vándalos, en su esencia, está encapsulada en dos escenas (no es spoiler, lo prometo). En la primera, Johnny (Tom Hardy) ve televisión en su sala, los ojos brillantes mientras Marlon Brando desfila una afectación The Wild One (1953), respondiendo a una joven que le pregunta contra qué está rebelándose: “¿Cuáles son las opciones?”. En la segunda, los Vandals, un club de motociclistas fundado por Johnny en el Medio Oeste de EE.UU., pasan por una calle somnolienta en una ciudad en medio de la nada y captan la atención de un joven delincuente (Toby Wallace) y sus amigos, quienes reaccionan con una fascinación que podría parecer la misma de Johnny por Brando, pero el tiempo demostrará que no lo es.
Ahí tienes todo el insight y toda la tragedia que Jeff Nichols captura tan precisamente en El club de vándalos. Si está trillado decir que el curso de la historia humana es cíclico, que la cultura se retroalimenta y que las angustias de cada generación son reediciones cansadas (pero totalmente convencidas de su novedad) de las angustias de la generación anterior, Nichols choca frontalmente con esa idea. Aquí, el tiempo y la historia son fuerzas unidireccionales de perversión, de distorsión - la realidad de hoy asusta a aquellos que la dieron a luz ayer, porque lo hicieron casi como en broma, aspirando a dar carne y hueso a un ideal que dejaba fuera las partes más feas de la realidad.
Y sí, en cierto sentido El club de vándalos es, de nuevo, esa vieja historia del fin de la inocencia en América durante los años 1960, de los sueños de la contracultura desmoronándose ante las mil y una durezas de la realidad creada por las consecuencias de las violencias obvias del siglo XX y el nacimiento de las violencias menos obvias del siglo XXI. Es un retrato de la confusión y la convulsión de ese periodo en EE.UU. que ya ha sido hecho de forma magistral en películas como Easy Rider (mencionada por nombre, en tono de broma, en el tercer acto de la película), Taxi Driver, y Perdidos en la noche, un conflicto que definió y define la obra de cineastas como Martin Scorsese, Oliver Stone y Paul Schrader.
Nichols llega por lo menos 50 años tarde a la fiesta, pero al menos no llegó con las manos vacías. Antes que nada, los fans del cineasta estarán felices de saber que, aunque El club de vándalos sea su primera película en ocho años (los excelentes Destino Especial y Loving salieron en 2016), continúa haciendo cine de la misma manera - e incluso con las mismas personas. No es sorpresa: el director de fotografía Adam Stone y la editora Julie Monroe se entrelazan instintivamente, ambos hilvanando composiciones engañosamente precisas, casi matemáticas, que nos envuelven en el universo de los personajes y nos hacen olvidar que, al fin y al cabo, muy poco está sucediendo en pantalla - porque nos dejan ver todo lo que no sucede en ella.
Es un cine de quietud, pero también un cine extraordinariamente comunicativo. Cuando Cathy (Jodie Comer) camina por primera vez con Benny (Austin Butler) y el resto del club de motociclistas en la carretera, todo lo que hemos visto suceder entre ellos y todo lo que sabemos concretamente de la vida de ella es solo la mitad del texto. El resto está en la solidez angular de los hombros de Butler, inclinado sobre la mesa de billar cuando los dos se conocen; en los ojos cerrados de Comer en la parte trasera de la moto; en la forma como Nichols deja que la cámara se pierda en los desenfoques de los arbustos descuidados al borde de la carretera cuando pasan, evocando la velocidad que ellos perciben como liberadora, pero nosotros vemos como transitoria; en la proximidad y el alejamiento que define las interacciones de Benny con Johnny, de Benny con Cathy, de Cathy con Johnny, y así sucesivamente.
Este triángulo casi amoroso esencial de la trama, además, revela en las actuaciones de cada actor las relaciones dramáticas posibles dentro del cine de Nichols. Por un lado, Austin Butler sigue en el camino de su Elvis construyendo otro personaje-símbolo estadounidense, cambiando la evocación del rey del rock por un simulacro de James Dean falso, todo violencia y ternura enterradas bajo una capa de cuero y brillo. Por otro lado, Tom Hardy hace de un bruto con corazón de oro pintado en tonos de masculinidad contemporánea, divorciándose de Brando y Clint Eastwood con la facilidad con la que accede a su afecto. En medio de los dos, Jodie Comer adopta un acento sureño exagerado y se acomoda en la posición de ancla narrativa de la película, punto de acceso para que el espectador entre en ese mundo, prestando toneladas de dignidad a un papel que podría resultar repetitivo con otro enfoque.
La baza de Cathy para escapar del destino del personaje femenino sensato reducido a niñera de los machos impulsivos a su alrededor (un tipo común en el cine al cual Nichols añade su sensibilidad), es que El club de vándalos depende mucho que la narrativa de ella te involucre. El espectador valora el punto de vista de ella porque la película lo considera invaluable para que te pierdas en ese mundo, que entiendas el sueño que los motociclistas persiguen y sientas el dolor de descubrir con ellos que ese sueño es imposible - que, no importa cuánto aceleres, la historia aún te superará con su marcha sin escrúpulos.
Año: 2023
País / Nación: EUA
Duración: 116 min
Dirección: Jeff Nichols
Argumento: Jeff Nichols
Elenco: Michael Shannon, Norman Reedus, Tom Hardy, Jodie Comer, Mike Faist, Austin Butler