Por increíble que parezca, Pecadores es apenas la segunda película de Ryan Coogler que no proviene de una IP (Intellectual Property), pero si nos ponemos exigentes, ésta es su primera idea totalmente original ya que aunque escribió su ópera prima Fruitvale Station, está basada en un caso verídico sobre el crimen contra Oscar Grant III. En cambio Pecadores proviene totalmente de la idea de Coogler, y entra así a un terreno casi de élite en Hollywood, donde un estudio grande como Warner Bros. le otorga a un director un presupuesto considerable para filmar una idea original.
La historia nos presenta por un lado a los gemelos Smoke y Stack, ambos interpretados magistralmente por Michael B. Jordan, quienes regresan a su ciudad natal en Misisipi para probar suerte con un la apertura de una cantina, esto gracias a su experiencia en el Chicago de los 30 y su estilo gángster. Por otro lado está su primo Sammie Moore, un virtuoso cantante de blues que busca hacerse de un camino propio pero para ello debe ir contra los deseos de su padre predicador. Los tres vivirán una noche que sin duda cambiará sus vidas para siempre dada la amenaza latente que se esconde en la noche.
Pecadores juega en un terreno que a estas alturas de la industria es muy raro ver en una película de estudio. La trama se toma su tiempo en desarrollarse, en presentarnos todos y cada uno de los personajes que formarán un reparto de ensamble por el que sentiremos conexión de una u otra forma; desde una Tenaj L. Jackson que conoce la verdadera amenaza que se presenta en la puerta, un Delroy Lindo que funciona en plan comic relief sin caer en el chiste simplista, hasta una Hailee Steinfeld que nos recuerda que esa nominación al Oscar por True Grit en 2010 no fue un golpe de suerte.
Pero la verdadera virtud de Pecadores radica en su columna vertebral que sucede detrás de cámaras. Una fotografía a cargo de Autumn Durald Arkapaw que juega con los claroscuros, donde el día nos presenta la esperanza de una noche que pasará a la historia, hasta la puesta de sol y eventual oscuridad que juegan con el peligro y la clandestinidad de una cantina que permite a sus asistentes desinhibirse, ser ellos mismos mientras juegan con fuego, burlando los amenazas que existen allá afuera.
El score no sólo sirve de conductor entre un momento a otro, Ludwig Goransson demuestra que es uno de los compositores más completos que hay hoy en día en Hollywood, con un ascenso rápido entre las grandes ligas, con dos premios Oscar en la mano (uno por Black Panther otro por Oppenheimer) Goransson presenta toda una historia detrás del blues que combina no sólo este género icónico base de muchos ritmos actuales, sino también con la ópera rock que recuerda el más puro estilo de obras como Calles de Fuego de Walter Hill o hasta El Show de terror de Rocky.
Y es que ahí radican los riesgos a los que se enfrentaba Coogler, pero también los convirtió en un espectáculo que pocas veces se ven en pantalla de la mano de un gran estudio.. El director combina géneros que van desde el western, con estos paisajes únicos en un formato cinematográfico a la altura de las imágenes que vemos en pantalla, una película de gangsters donde los protagonistas buscan lograr un negocio que les permita seguir llevando esa vida de lujos, y naturalmente el terror del cine de los vampiros, con sus reglas propias a cumplir y los respetos hacia un subgénero que sigue dando mucho material, y donde Pecadores aparecerá en listas de referencias a las mejores películas de vampiros del siglo XXI.
Es así que Ryan Coogler consigue una obra original, emocionante y trascendental, en donde cada elemento, sonido, pieza musical y actuación se complementan para lograr una película que coloca al director en un nuevo y emocionante lugar donde queda esperar las nuevas propuestas que va a presentar dentro de su filmografía, más allá de trabajos previamente publicados donde hay espacio -y en estos tiempos esperanza- para las ideas originales.